viernes, 5 de mayo de 2006

UNA NOCHE CUALQUIERA

Érase un amanecer gris, hermosamente gris. Un domingo cualquiera,8 de la mañana. Zaragoza presenta una resaca de excepcional belleza. Ha llovido toda la noche y bajo la ventanilla de mi taxi para disfrutar del ambiente tranquilo y húmedo que se respira en la ciudad. Me dirijo hacia el kiosco del madrugador y amable hombre de impecable calva. Voy con la satisfacción del trabajo bien hecho. Me siento bien. Noto mi mente más fresca que nunca, lo que choca de frente con las 14 horas que llevo trabajadas. Compro el periódico y el kioskero me pregunta mientras sobre la actividad nocturna a la vez que coloca el reparto del pan recién hecho. Le contesto con un escueto interesante, le deseo un buen día y me despido hasta la tarde. No fue una noche especialmente curiosa, sin rimbombantes anécdotas puntuales que con frecuencia nos suceden. Es más, la noche avanza de forma bastante anodina y la estampa recuerda en algunos momentos a Robert de Niro en una lluviosa escena de “Taxi driver”. Conforme avanza la noche y voy cumpliendo los objetivos económicos del día las conversaciones fluyen mejor, se hacen más interesantes y menos repetitivas. Dos chicas vienen corriendo y se suben al taxi con desahogada alegría. Una de ellas grita ¡Iván, nuestro salvador! . Me giro y la miro a los ojos y reconozco abiertamente mi total desconocimiento de aquella chica, bastante mona por otra parte. Lógicamente ella se queda unos momentos descolocada , pero pronto reacciona y me dice su nombre “Soy Miriam”. Entonces recuerdo, una compañera de los primeros años universitarios. No la recordaba así, lo que hace el maquillaje pensé entre mí. Su compañera de viaje resultaba ser su hermana, de la que me había contado muchas de sus adolescentes correrías y a la que no conocía. Me resulta bastante más atractiva. El viaje transcurre bajo una amena y picante conversación observada siempre a través del insinuoso retrovisor interior. Llegamos al destino y se despiden cariñosamente. Pienso en pedirle el teléfono pero no lo hago. Durante un par de minutos me arrepiento pero en seguida pienso que esa chica nunca me había llamado la atención, ni por físico ni por forma de ser. Simplemente era el encuentro inesperado en el sugerente habitáculo del taxi. Bajo por la avenida Navarra disfrutando con la tranquilidad que ofrece a esas horas de la noche. Se acercan las 6 de la mañana. Quedan dispersos los supervivientes de la noche, algunos agónicamente les llega justo para decidir su solitario destino. Denotan cierto decaimiento que intuitivamente me indica que ha sido una noche anodina más, que cuando despierten con resaca apenas recordarán nada, pero sabrán que el alcohol ha hecho un buen trabajo ,puesto que ha borrado espacio de su disco duro humano que no merecía un sitio en él. Pero esta vez me quiero quedar con los vencedores, los que le han chupado toda la sangre a la noche, la han disfrutado y , finalmente, la han vencido con los primeros rayos de luz del día (ésta vez no había sol, pero puede servir con el apagado del alumbrado público). Esas camareras de la “Ben Hur” que se dirigen alegremente a desayunar y que se ve que han disfrutado de la noche y encima les han pagado por ello. Esas parejas que salen de recónditos rincones de la ciudad y me levantan la mano, se despiden apasionadamente y ella sube al taxi. Con brillante sonrisa e irradiando animosidad. Admiro la inteligencia y lucidez sobria en una mujer a las 7 de la mañana por encima de una divertida y descarada embriaguez. Las primeras me resultan fascinantes, las segundas podrían como mucho entretenerme…
QUÉ HERMOSA NOCHE,
QUE NOS PILLE LA LLUVIA CANTANDO A LAS FAROLAS